Blacanova – Tannhäuser

Concierto celebrado en la sala Nasti de Madrid, el 5 de marzo de 2011

 

 

Blacanova

Últimamente hace un tiempo infernal en Madrid. El frío polar y las lluvias torrenciales se han convertido en una constante en la capital. Y esta noche no iba a ser menos. Pero, curiosamente, puede que éste sea el marco idóneo para escuchar a Blacanova, una de las formaciones más fascinates y asombrosas que ha dado el panorama nacional en mucho tiempo.

Descubrí a Blacanova por casualidad, cuando me documentaba sobre la discográfica Foehn Records, uno de los catálogos más interesantes del panorama indie. Y me atraparon al instante. Siempre hago la misma comparación cuando alguien me pregunta cómo suenan. No sé si será acertada o no, pero les pido que se imaginen a Ana Torroja y Nacho Vegas cantando letras de Nick Cave con música de My Bloody Valentine. ¡Portentoso! (ellos, no el símil).

Las canciones de Blacanova son de una belleza aterradora (literalmente). Bellas, inquietantes, incómodas en el mejor de los casos, repletas de matices sonoros que les confieren un universo propio dentro del noise y el post rock. Sobrecogedoras en cualquier caso. ¿Cómo una música tan rica y compleja, hipnótica, absorvente, enmarcando unas voces portentosas, puede transmitir tanta angustia y desasosiego? Sus letras oníricas, de pesadilla, juegan con una belleza que estremece y pone la carne de gallina. A lo largo de sus tres EPs, «Madre», «Perro» y «Monja» y, sobretodo, en su homónimo álbum de debut, juegan con el surrealismo y el inconsciente para zarandearnos, dentro de un universo sonoro que bebe, a partes iguales, de Kevin Shields que de Los Planetas, de Dead Can Dance que de Migala. Uno de esos prodigios que, de cuando en cuando, nos da la música. Hasta el punto de decir que, quien escucha a Blacanova, no vuelve a ver las cosas igual.

Blacanova (fotografía promocional)

De las pesadillas de «Serie B», «Deber Ser» o «Décima Víctima», a la poesía desconcertante, que hurga en el interior de la mente de «Bonito Agujero», «Fátima» o «Un Santo Oscuro». Por mi parte, me he impreso las letras del grupo: resultan tan asombrosas como su música.

Esta noche presentan su en sociedad su LP, aunque llevan desde el pasado año ofreciendo conciertos en los que es el plato fuerte. Teloneados por Tannhäuser, grupo de rock progresivo instrumental, que recuerda por momentos a los tejanos Explosions in the Sky, y que, a buen seguro, van a dar mucho que hablar próximamente. Texturas hipnóticas en temas de largo desarrollo, que recuerdan por momentos a los Tangerine Dream de sus mejores tiempos, que hipnotizan y embelesan al respetable hasta que éste tiene que volver en sí y abandonar el extraño estado al que le han conducido.

Blacanova (Fotografía de Alberto Almenara)

Llegó el turno para Blacanova. Con una puesta en escena medida y austera, las voces de Inés Olalla y Armando Jiménez suenan mucho más nítidas y claras que en el disco. También los instrumentos, que parecen haber cedido las capas de distorsión y el maremagnum sonoro perfectamente articulado que preside sus trabajos, en aras de la sobriedad espartana. Su repertorio se centra casi íntegramente en su LP, aunque alguna que otra canción esencial (¿y cuál de las diez no lo es?) se quede fuera.

Pero uno no puede por menos que sentirse extrañado del formato, quizá más acústico de lo esperado, que le resta algo de la extrema complejidad e intensidad sonora de sus temas. Si no les hubiese escuchado previamente me habría resultado difícil reconocerles. No suenan mal; ¡en absoluto! Pero sólo parecen ellos por momentos. Una actuación tan insólita como el propio grupo, que podría deberse a mil factores. Aún así, el sexteto sevillano factura un concierto impecable. De esos que habría lamentado perderme. Porque no me cansaré de repetirlo. Otros se lo dirán y dudarán de lo que les dicen. Parecerá una exageración, pero escuchar a Blacanova le cambia a uno la perspectiva. ¿Y cuántos pueden decir lo mismo?

Blacanova (cartel del concierto)

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